AUTÉNTICO AMOR

Sin miedo a que su hija se despeinara, Amapola le hacía unas simétricas trenzas, una bien apretada cola de caballo, o le ponía un hermoso lazo y dejaba su melena suelta. Se afanaba, para que no le faltara el más mínimo detalle. Para ella eran muy importantes las apariencias y que resplandeciera como ninguna. Era su ilusión cada mañana, cuando orgullosa, la dejaba depositada como quien lo hace con una preciada joya en la puerta del colegio. Cada vez que oía a alguna madre o profesora, alabar el gusto que tenía al vestir a la niña, sentía una gran satisfacción.
Después de este ritual, como cualquier madre trabajadora, se dirigía a su puesto de trabajo. Tenía que coger el metro y pasar más de treinta minutos en un autobús, pero merecía la pena. En su lugar de trabajo era una mujer muy respetada, incluso si un día no iba por sentirse enferma, o llegaba tarde, no perdía su puesto.
Primero entraba en el café de la esquina a desayunar. -La jornada hoy, que estamos bajo cero, se presenta especialmente dura... Decía la televisión.
Amapola pensó entonces, que era su obligación alimentarse bien para afrontarla; unos huevos fritos, una jarra de zumo de naranja y un café bien cargado, con leche aparte para añadir, serían suficiente. -¡Nadie hace los huevos fritos como la Eulalia! Le dijo a la camarera...
Después del generoso desayuno, entraba en los almacenes de al lado, subía a la sexta planta y se cambiaba de ropa, de maquillaje, de peinado... Amapola era muy exigente con su aspecto, no podía permitirse chapuzas como observaba en algunos compañeros de profesión; al fin y al cabo, era el bienestar de su hija lo que cada mañana estaba en juego. Se acercaba la Navidad y antes de que su niña estuviera de vacaciones tenía que ingeniárselas para que no faltara nada en su mesa, ni en sus sueños...
Para esa mañana, la dirección del colegio había programado una escapada, al otro lado de la ciudad, visitarían el Belén instalado en la iglesia de Ntra Sra de la Luz. Teresa no tenía la autorización, ni se lo había dicho a su madre, un olvido que la dejaba en el colegio y sin excursión. Pero la directora, considerando los ruegos de la niña y que era la primera vez que sucedía, decidió hacer una excepción. Al fin, todo estaba dispuesto y los niños subían al autobús alborotados y nerviosos. Teresa pensaba en su madre, en lo que le gustaba visitar y descubrir con ella todo lo que de bonito y tradicional tiene la Navidad, estaba deseando que le dieran las vacaciones...
Miró a su amiga Sara sentada a su lado y le dijo: -Si me gusta, volveré con mamá seguro.
Al llegar a las cercanías de la iglesia, el autobús se detuvo, los niños emocionados, bajaban de él comentando lo lejos que estaban del colegio y lo divertido que era salir.

Teresa y Sara de la mano cruzaron la calle, en la acera vieron a una mujer que sentada en el suelo pedía limosna, Teresa compasiva se acercó y con una sonrisa le dijo: ¡Feliz Navidad!, la mujer levantó la mirada en un gesto tan breve que la niña se quedo un poco decepcionada, aunque pudo ver en sus ojos una luz especial. Inmediatamente pensó en su madre, en lo caritativa que era y lamentó no tener nada más que su sonrisa para ofrecer a la mendiga...
Amapola, sintió que se moría, unos segundos que le habían parecido una eternidad, la prueba más dura que jamás había pasado, más que cuando creyó ser reconocida por su propio hermano. No podía respirar, el corazón parecía salirse de su  pecho... Apenas recuperada, se levantó del suelo y como pudo echó a andar...
Llegó a casa exhausta, había recorrido toda la cuidad. En el barrio nadie la había saludado, no reconocían a aquella anciana harapienta que caminaba por sus calles. Amapola no era consciente de que conservaba puesto su uniforme de trabajo, su maquillaje de trabajo...
Entro en su casa y se derrumbó en un sillón. En su cabeza los ojos de Teresa parecían taladrar su cerebro, se sentía profundamente culpable, profundamente sola, hundida en una tristeza que por momentos le hacía perder la conciencia...

La puerta se abrió, eran las seis de la tarde, -¡Mamá!, se me olvidó la autorización, pero me dejaron ir mamá, me dejaron, ¡qué bonito Belén!
De repente, se quedó parada en el umbral del salón, no gritó ante la desconocida. El desconcierto y las imágenes que inundaban su cabeza, no la permitían reaccionar. Amapola miraba a su niña sin atreverse a levantar la cabeza. Ninguna decía nada. Y las piezas comenzaban a encajar.
Teresa se acercó, tomó la cara de su madre entre las manos y miró aquellos ojos que tan bien conocía, que llenos de lágrimas contaban una verdad, que no necesitaba de explicaciones.





8 comentarios:

  1. Gracias por este precioso cuento de navidad, eres una narradora muy buena, me encanta cómo vas administrando el espacio temporal del relato.
    abrazos.

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  2. Cuento de realidad, me encantó, Bego.

    Besos, un puñao.

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  3. querida begoña, disfruta estos días al máximo y que te colme de plenitud la llegada del nuevo año

    un abrazo

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  4. Querida Begoña:

    Un cuento de Navidad digno Dikens por su crudeza. Yo, que calzo un montón de años, recuerdo situaciones muy parecidas a la que describes con maestría. Las creía definitivamente superadas, pero el tiempo nos las devuelve hoy, como una lección, tras el derroche desenfrenado y hortera de los últimos años.
    Feliz 2011

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  5. bonito cuento de Navidad tan propio para estos días y tan real, sabes mantener la tensión duante el relato..un beso

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  6. Alfaro, gracias por tus atentas palabras, me animan a seguir.
    Besos nuevos.

    Paloma, situaciones límite como la del cuento, sin dejar de ser ficción, no son imposibles.
    Abrazos nuevos.

    Ana, gracias lo mismo te deseo, que las letras nos sigan acompañando,
    Un cariño renovado

    Elvira,
    no sabes cuánto me alegra que me visites y que te fijes en mis letras, felicidades.

    Ico, gracias por tu piropo narrativo, pues viniendo de toda una experta me parece así.
    Abrazos nuevos

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  7. Gracias Begoña por escribir, lo necesitamos en realidad.
    Saludos de Año nuevo y felicidades.

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  8. precioso y trágico a la vez tienes una maestría para los cuentos que alucinas,es precioso

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