LA MERCERÍA EN "VIVIR MUTANDO"

 LA MERCERÍA

      Abrí la puerta. Sentí una rara sensación, un olor penetrante me dejaba sin aliento. Parecía no haber nadie aunque, tenía la certeza de que me observaban. Unas manchas rojas en el borde del mostrador y unos gemidos que venían de la trastienda me hicieron retroceder, pero soy curiosa y  no me fui.
Observé a mi alrededor; era una tienda bonita de principios del siglo veinte. Conservaba el encanto vintage que tanto se lleva en los últimos tiempos;  unos encajes maravillosos  sobresalían de sus cajas, cintas en tonos pastel colgaban de una balaustrada de caoba... y, algo que me fascinó, la lámpara  de cristal con  lágrimas en tonos rosados que colgaba del techo,  una delicia para la vista. Pensé en mi abuela, sin duda esta era la mercería de la que tanto me hablaba de cuando vivía aquí; sí, no podía ser otra. Lo que me sorprendía era que después de tantos años siguiera conservando
su esencia.  
De repente, una voz delicada me decía:
-Voy enseguida.
-Sólo necesitaba unos botones -musité.
Inmediatamente se dejó ver; sus manos ensangrentadas y su pálido rostro me dejaron petrificada.
-No se preocupe, es que estamos haciendo una escabechina ahí dentro...  me lavo y en breve estoy con usted.
Quise irme, salir corriendo, pero mis piernas se negaban a moverse. No sé cuantos minutos pasarían hasta que volvió a presentarse delante de mí, pero se me hizo eterno. No tengo por costumbre ponerme en lo peor, aunque, la situación era cuanto menos rara y confusa, y yo seguía sintiéndome observada.
No salió sola, un chico jovencísimo la acompañaba. Lo presentó como su auxiliar.
- A lo mejor quiere ayudarnos, tenemos un pequeño problema... con una mano, no somos capaces de dejarla en su sitio.
Me desmayé, ya sé que es algo exagerado pero es lo que pasó.
Cuando volví en mí  y quise incorporarme...
-Tranquila, pasemos dentro, un poquito de agua fresca seguro que le hace recobrar el color.
No abrí la boca, di media vuelta y salí de allí como alma que lleva el diablo.
-Perdone, perdone...-me gritaban detrás.
Me detuve, pues pensé que me alcanzaría y sería peor.
-¿Le hemos asustado? la sutileza no es nuestro fuerte.
-No, no se preocupe, he recordado que tengo algo urgente que hacer, volveré.
Por supuesto mentía. Como no insistió,  aliviada seguí mi camino a paso más que ligero.

    Habían pasado varias semanas cuando, leyendo el periódico,  descubrí la noticia que  parecía escrita para mí:
“Cerrada por orden judicial, la mercería más antigua de la cuidad, regentada por la heredera de la familia Bernal”.

Dedicaba su trastienda a  fines macabros relacionados con el cine de terror.
“No comprendo este atropello. La sangre, miembros, vísceras... pertenecían a vagabundos. Personas excluidas, sin reclamar. Lo que hacemos es arte.” Declaró la propietaria.


     

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