A GRANDES MALES...

Amador conducía el coche más azul que había en el concesionario, Amador conducía el coche más caro que había en el concesionario, Amador conducía su vida vertiginosamente, sin mirar atrás, sin recordar apenas su verdadero nombre, su acento... Su existencia desde hacía cinco años, era un ir y venir de plató en plató de televisión, un entrar y salir de cuerpos escándalo. Hombres y mujeres objeto que por estar cerca de él y salir en la foto en el momento adecuado, eran capaces de todo.

Salido de un reality, del que no fue ni finalista. Un concurso en una casa destartalada que había que rehabilitar, amueblar y dejar como si por allí hubieran pasado las manos, del más prestigioso decorador del momento. Aunque Amador no tuvo suerte y en pocas semanas estaba en la calle, eso jugó a su favor, porque al ser tan vivaracho, tan resultón y fotogénico, y tan caradura, los programas del cuore se lo empezaron a rifar y los enfrentamientos que protagonizaba con todo el que se lo proponían, eran record de audiencia. Amador se dejaba llevar y disfrutaba de lo lindo. Vivir en un hotel de lujo, tener a cuantas mujeres y hombres pudiera desear... Comer, beber, follar y darse los caprichos botulínicos de moda. Probar lo que se le ofreciera sin cuestionarse nada. El bien y el mal empezaron a ser conceptos diluidos en su mente. A nada ponía freno, reparo, ni remedio.

 ...Entró en la consulta con cierta timidez, le reconocí al instante, me apasionaba el personaje y estaba al tanto de su decadencia en el  último año, gracias a mi amigo el periodista Roberto Aldecoa, que me mantenía informada. Tenerlo delante era la oportunidad para sacarle también provecho y exprimirlo como un limón, aunque mis fines fueran otros... Digamos científicos. Me confundió con mi ayudante, aquel día se había ausentado por un problema familiar y atendía yo directamente.
Cuando le pregunte el nombre y me dijo que se llamaba Ruperto, tuve que aguantarme la risa. Con su camisa fucsia, su gorra de lentejuelas plateadas  y su pantalón blanco diciéndome que se llamaba Ruperto, la verdad...  Bueno, sé que no es muy profesional lo que me pasó, pero me pasó.
Me contó lo desdichado que era y que venía a mí por casualidad; en un camerino se había encontrado una de mis tarjetas de visita...
-De acuerdo Ruperto, esto no va a ser fácil, tendrás que confiar en mí.
 Por favor, lo primero: Dame las tarjetas de crédito.
Se me quedó mirando con cierto recelo, pero me las dio. Se desnudó, se puso a cuatro patas y me dijo: -¿Así mi ama?

6 comentarios:

  1. No sé si reír o llorar, Bego. Supongo que es lo que pretendes.
    Bs

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  2. A fin de cuentas no buscamos redención, sino complacencia.

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  3. muy bueno, me quedo sin saber que pensar

    cariñitos

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  4. me creas sentimientos encontrados, y eso, para mi, es muy bueno.

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  5. Jose, gracias todo cabe, tu lo lees y lo haces tuyo.
    Besos.

    Basurero, gracias por pasarte y dejarme tus palabras, bienvenido.
    Suerte.

    Furtiva, pues sí, estoy de acuerdo, muchas gracias por el comentario.

    Ana, gracias, piensa lo que quieras de eso se trata, el lector es el amo, jejeje.
    Te beso.

    Ángel, qué bueno, lo que me dices a mí también me provoca.
    Un cariño.

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