Todavía se creía atractiva, no tenía arrugas que tapar y su cuerpo conservaba la firmeza, que como deportista, había trabajado durante años. Se sabía la envidia de otras mujeres que con diez años menos comentaban su buen aspecto.
Lo que a Carmen le pasaba, no se notaba por fuera, pero estaba a punto de traspasar esa frontera invisible, que hace que una mujer joven, de la noche a la mañana se sienta envejecida, ajada y a la intemperie. No tenía ni idea de como recuperar la lozanía del alma, encontrar la manera de conquistar de nuevo ese angosto territorio, que ella recorría garbosa apenas unos años atrás...
Sin percatarse de lo que estaba haciendo, como un autómata, llegó de la compra cargada de bolsas, las dejó abandonadas, se sentó cinco minutos en el sillón, miró de reojo el periódico, pensó, ahora no... Y se levantó a poner la lavadora.
El teléfono comenzó a sonar, pero Carmen no podía oírlo, sumida en tareas urgentes; pasar aspiradora, quitar polvo, poner lavavajillas, recoger ropa, sacudir alfombras... Y en sus reflexiones de mujer esclava.
Por fin, advirtió el sonido que llevaba rato persiguiéndola por la casa, se acercó al aparato y descolgó sin interés.
-¡Mamá! joder, dónde estabas, ven a buscarme, deprisa...
Carmen dejó todo, salió de la casa tan precipitadamente que hasta se olvidó de cerrar la puerta.
Cuando su pie derecho ya estaba dentro del ascensor, se detuvo, algo la detuvo. .. El resorte había saltado, ya no daría un paso más, en esa dirección demoledora.
Transcurrían los minutos y seguía inmóvil, fuera de tiempo, impasible...
-Disculpa, deberías cerrar la puerta...
Pero Carmen, no oyó ni una palabra.
Seguía petrificada en el rellano.
De repente, rompió a llorar. Era el llanto más desgarrador jamás escuchado, capaz de conmover al mas despiadado corazón. Entonces, sintió que unos brazos la envolvían, palabras nuevas acariciaban sus sentidos y un cuerpo atento no rechazaba su cercanía.
-Vivo en el piso de al lado desde hace dos semanas, no me ha dado tiempo ha instalarme del todo, a lo mejor lo que te pasa se te olvida un poco, entre cajas, charlando y tomando un té mágico que he traído del otro lado del mundo.
Carmen se dejó llevar, durante unas horas se sintió atendida, escuchada, incluso admirada, contando su realidad, que para ella era tan insulsa y que, asombrosamente parecía tener interés. Sintió que esa persona hasta ahora desconocida, le ofrecía mucho más que aquellos que con la perfecta excusa del amor, estaban provocando que cada vez se quisiera menos, que se sintiera tan pequeña, tan insignificante, que a veces temiera desaparecer. Estaba harta de ser la salvadora, la protectora, la vigilante... La guardiana de unas vidas que sin embargo dejaban la suya al descubierto y nunca miraban atrás.
Desde ese día frecuentaba el piso de al lado, poco a poco fue poniendo límites a su familia, algo que le costó, pero que le hacía sentir liberada. Fue instalándose en otro escenario, donde era la protagonista, interpretando la vida que se merecía.
Por supuesto, nada sospechaban ni su marido ni sus hijos que las salidas de su madre y esposa eran de recorrido tan corto, tan solo consistían en dar unos pasos a la izquierda, una vez traspasaba el umbral de su propia casa. Nada le podía hacer suponer que la transformación evidente de Carmen estaba relacionada con esa, más que atractiva joven de rasgos exóticos, que les saludaba cuando alguna vez se cruzaban en el portal y que miraban con avidez, una mezcla hormonal de curiosidad y deseo, que experimentaban los tres, aunque nunca habían hecho el más mínimo comentario.
Una noche, Carmen decidió, que había llegado el momento de desvelar su secreto, eligió aquella noche de fútbol, de chicos, como la más apropiada. Los tres estarían reunidos ante la pantalla sin pestañear.
Esperó a que acabase el partido, y se aseguró de que el equipo por el que suspiraban era el ganador.
Carmen y Marila se tomaron del brazo y con una última mirada a los ojos, se dieron la confianza necesaria para llamar al timbre del piso de al lado.
Pablo, su marido, abrió la puerta. Ni siquiera las miró.
-Qué, se te olvidó la llave...
Las dos amantes, avanzaban por el pasillo, ahora si, unidas de la mano.
-Por favor, un momento, chicos, Pablo, tengo algo que deciros.
Fue entonces cuando observaron la presencia de la vecina, la chica que estaba en el salón de su casa, era la misma que contemplaban golosos cuando se cruzaban con ella, preguntándose en qué piso viviría.
-Quiero que sepáis, que desde hace varios meses, vivo también en el piso de al lado.
Hola, Begoña, un relato interesante, intenso, me ha hecho reflexionar sobre una realidad que desgraciadamente tengo delante, creo que voy a tomar una decisión que cambiará mi vida, gracias. Pilar.
ResponderEliminarPilar,muchas gracias por leer con interés mi relato, decidas lo que decidas, ánimo y se feliz.
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