ARTISTA PLÁSTICA: VIRGINIA PALOMEQUE
Sin miedo a que su hija se despeinara, Amapola le hacía unas simétricas trenzas, una bien apretada cola de caballo, o le ponía un hermoso lazo y dejaba su melena suelta. Se afanaba para que no le faltara el más mínimo detalle, para ella eran muy importantes las apariencias y que resplandeciera como ninguna. Era su ilusión cada mañana, cuando orgullosa la depositaba como quien lo hace con una preciada joya, en la puerta del colegio. Cada vez que oía a alguna madre o profesora, alabar el gusto que tenía al vestir a la niña, sentía una gran satisfacción.
Después de este ritual, como cualquier madre trabajadora se dirigía a su puesto de trabajo. Tenía que coger dos autobuses y hacer un tramo en metro de media hora, pero merecía la pena. En su lugar de trabajo era una mujer muy respetada, incluso si un día no iba por encontrarse enferma, o llegaba tarde, no perdía su puesto.
Primero entraba en el café de la esquina a desayunar.
...-La jornada hoy, que estamos bajo cero, se presenta especialmente dura... Decía la televisión. Amapola pensó entonces que era su obligación alimentarse bien para afrontarla; unos huevos fritos, una jarra de zumo y un café bien cargado con leche aparte para añadir, serían suficiente. -¡Nadie hace los huevos fritos como la Eulalia! le dijo a la camarera...
Después del generoso desayuno, entraba en los almacenes de la lado, subía a la sexta planta y se cambiaba de ropa, de maquillaje, de peinado...
Amapola era muy exigente con su aspecto, no podía permitirse chapuzas como observaba en algunos compañeros de profesión; al fin y al cabo, era el bienestar de su hija lo que estaba en juego. Se acercaba la Navidad y antes de que su niña estuviera de vacaciones, tenía que ingeniárselas para que no faltara nada en la mesa, ni en sus sueños...
Esa mañana, la dirección del colegio había programado una escapada al otro lado de la ciudad, visitarían el Belén instalado en la iglesia de Ntra Sra de la Luz. Pero Teresa no tenía la autorización, ni si quiera se lo había dicho a su madre, un olvido que la dejaría en el colegio, sin excursión. Los ruegos de la niña y considerando que era la primera vez que algo así sucedía, hablandaron a la directora que accedió.
Al fin, todo estaba dispuesto y los niños subían al autobús alborotados y nerviosos. Teresa pensaba en su madre, en lo que le gustaba visitar y descubrir con ella, todo lo que de bonito y tradicional tiene la Navidad y estaba deseando que le dieran las vacaciones...
Miró a su amiga Sara sentada a su lado y le dijo: -Si me gusta, volveré con mamá seguro.
Al llegar a las cercanías de la iglesia, el autobús se detuvo y los niños comenzaron a bajar, comentando lo lejos que estaban y lo divertido que era salir del colegio.
Teresa y Sara de la mano cruzaron la calle, en la acera vieron a una mujer que sentada en el suelo pedía limosna. Teresa compasiva, se acercó y con una sonrisa le dijo: -¡Feliz Navidad! La mujer levantó la mirada con un gesto casi imperceptible, pero suficiente para que la niña percibiera un luz especial; pensativa se lamentó de no tener nada más que su sonrisa para ofrecer a la mendiga...
Amapola sintió que se moría, unos segundos que le habían parecido una eternidad, la prueba más dura que jamás había pasado, más que cuando creyó ser reconocida por su propio hermano... No podía respirar, el corazón se le iba a salir por la boca... Apenas recuperada, se levantó del suelo y como pudo echó a andar...
Llegó a casa exhausta, había recorrido toda la ciudad. En el barrio nadie la había saludado, no reconocían a aquella anciana harapienta que caminaba (por primera vez) por sus calles. Amapola no era consciente de que conservaba puesto su uniforme de trabajo, su maquillaje de trabajo... Entro en su casa y se derrumbó en un sillón. En su cabeza los ojos de Teresa taladraban su cerebro, se sentía profundamente culpable, profundamente sola, hundida en una tristeza que por momentos le hacía perder la conciencia...
La puerta se abrió, eran las seis de la tarde, -¡Mamá se me olvidó la autorización, pero me dejaron ir mamá, me dejaron! ¡Qué bonito el Belén!
De repente, se quedó parada en el umbral del salón... No gritó ante la desconocida, el desconcierto y las imágenes que inundaban su cabeza, no le permitían reaccionar.
Amapola miró a su niña sin atreverse a levantar la cabeza, no había palabras... Las piezas comenzaban a encajar. Teresa se acercó, cogió la cara de su madre con ternura y miró aquellos ojos que tan bien conocía, que llenos de lágrimas, contaban una verdad, que no necesitaba de explicaciones.
Qué emotivo, estos cuentos de Navidad..., que es como si pasara un tornado por el corazón o por el cerebro, o por los dos.
ResponderEliminarUn beso.
Hermoso...
ResponderEliminarguapísimo... FELIZ AÑO NUEVO amiga!
ResponderEliminarbego, una pasada de preciosidad, por cierto, el cuadro me recuerda a los de virginia palomeque. besos
ResponderEliminarHermoso , tierno y triste con una gran lección. Gracias Bego por tu incondicional forma de darte. Espero en breve poder darte mi pequeño regalo de Navidad, o de Reyes... sólo espero de verás que os guste a todos, aunque me da miedo la expectativa que pueda haberse infundado con tanto misterio (mea culpa :) jjaa
ResponderEliminarBesosss, y arrumacos a tutiplen
Eva
Duro y emotivo cuento, Me encantó!
ResponderEliminarEs un elogio para mí que lo ilustraras con una pintura mia.
Te sigo.
Virginia Palomeque
El auténtico amor es el que viene directo del corazón
ResponderEliminarGracias por pasear por mis letras y bañarlas siempre con tus palabras llenas de cariño
Feliz Año Nuevo
Queri@s,
ResponderEliminarcon esto de las fiestas y teniendo a Adriana en casa, no puedo dedicarle a los blogs el tiempo que me gustaría, aunque sabéis que ella es mi vida y la disfruto a tope.
Quiero agradeceros vuestro apoyo, vuestra atención y cariño, y darle la bienvenida a una gran artista, Virginia Palomeque.
Gracias a tod@s desde lo más profundo de mí, gracias y feliz año.